miércoles, 29 de diciembre de 2010
Concurso ¡JUEGA CONMIGO!
jueves, 2 de diciembre de 2010
Crimen gastronómico

La sangre sobre la nieve es más roja, y el breve calor que contenía ha rebajado ligeramente la superficie blanca.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Insomnio (apócrifo de Saramago)

De no ser por su prolija formación humanista y el profundo conocimiento de las lenguas clásicas, fruto no sólo de un adecuado adiestramiento universitario sino también del estrecho contacto personal que mantenía con el vetusto profesor Ramírez, catedrático jubilado de latín y griego y que en sus tiempos mozos llegó a combatir en las filas del ejército republicano, Arturo Rubiales, antiguo abogado en ejercicio que ahora ocupa el ilustre cargo de secretario del ayuntamiento de la capital, nunca habría comprendido la correcta etimología de la palabra insomnio.
Como quiera que llevaba tiempo dedicando escasas horas de la noche al sueño, y sabiendo que es la noche el momento idóneo que la naturaleza ha colocado para que los humanos repongamos fuerzas y dejemos que todos nuestros traumas se ejerciten convenientemente durante el letargo, siquiera para no importunar al psicólogo austríaco, estaba indagando sobre lo que para muchos es una patología molesta pero que a él se le antojaba como una suerte de bendición divina, que le procuraba una porción de vida de la que no disfrutarían quienes ocupan esas horas en dormir plácidamente, a pierna suelta como suele decirse, si bien es cierto que ninguna extremidad inferior llega a sufrir cambios de ese tipo, por mucho que la sabiduría popular exprese lo contrario.
Así las cosas, el secretario Rubiales aprovechaba horas de oscuridad nocturna en releer una vez más a los clásicos, o en preparar alguna comida laboriosa con la que disfrutar al día siguiente, pues es sabido que los rigores del horario laboral de la modernidad han trastocado los hábitos alimentarios de la plebe, impidiendo en muchos casos la elaboración pausada de algunos platos, como los que las abuelas solían preparar antaño y que ya sólo forman parte de los recuerdos menos borrosos de la infancia. Incluso a veces caía en la tentación de dejarse llevar por toda la programación televisiva, que en esas horas de sopor y somnolencia acumula un sinfín de ofertas de productos superfluos e inservibles, pero que poco a poco, con la insistencia que otorga el paso de los días, Arturo Rubiales había ido acumulando sin ninguna intención concreta, pero que le producía una enorme complacencia, en la medida en que la colección había llegado a tales proporciones que le parecía ser una especie de museo sobre la estupidez humana.
Resulta obvio que el madrugar, actividad que despierta la pereza en no pocos de nosotros, era para el secretario una rutina carente de importancia, y solía ser de los primeros en personarse en las estancias municipales, saludando a su entrada al conserje de turno, que por obligación reglamentaria es quien abre las puertas de la casa consistorial, y despertando de paso numerosos rumores sobre el extremado celo que don Arturo tenía para la cosa pública y que ya habían adquirido la categoría de principio incuestionable de una personalidad tan recta.
Lo cierto es que nadie dudaba de su dedicación profesional, incluso algunos empezaban a sospechar que no era tan elevado su salario como siempre habían pensado, pues nadie estaba dispuesto a dedicar a su trabajo más horas de las que establece el reglamento, y sin necesidad de ausentarse ni un momento, bien para otorgarse un refrigerio o para solucionar asuntos personales, práctica esta que constituye parte importante del cometido de numerosos funcionarios públicos. De manera que el señor Rubiales, a eso de media mañana, que es cuando menos trasiego tienen las dependencias públicas, aprovechaba para abrir el armario de los expedientes más antiguos, guardados siempre bajo llave, y extraía un voluminoso almohadón de lino blanco, con puntillas bordadas en sus extremos, retiraba los papeles del escritorio y, una vez allí colocado, dejaba descansar su cráneo y su consciencia, sumiéndose en un desmayo prolongado que le permitiría, un día más, dedicarse a las placenteras actividades nocturnas que más arriba relatamos.
viernes, 17 de septiembre de 2010
Calendario lunar. Septiembre-Diciembre 2010




lunes, 5 de julio de 2010
Calendario lunar. Julio 2010

martes, 1 de junio de 2010
Calendario lunar. Junio 2010

martes, 25 de mayo de 2010
Escarabajo de la patata
lunes, 3 de mayo de 2010
Abono verde
miércoles, 28 de abril de 2010
Calendario lunar. Mayo 2010

martes, 6 de abril de 2010
Calendario lunar. Abril 2010

jueves, 4 de marzo de 2010
Calendario lunar. Marzo 2010

lunes, 22 de febrero de 2010
"Segundas intenciones"

Este es el segundo libro de relatos del Club de Escritura La Biblioteca.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Juan Siquier, el artista
viernes, 12 de febrero de 2010
Por una ciudad para peatones y ciclistas

jueves, 14 de enero de 2010
El silencio
Oía los pasos cada vez con más nitidez. Era una señal inequívoca de que alguien se aproximaba por mi espalda. Decidí apremiar mi marcha ligeramente, con disimulo, pues una carrera acelerada no haría sino provocar a mi perseguidor. Pero yo presentía que el desenlace estaba próximo y, con más miedo que valor, me detuve en seco y gire sobre mis talones. Sólo tuve tiempo de adivinar la hoja plateada de un cuchillo, brillante en medio de una oscuridad tenebrosa, que descendía con velocidad buscando mi pecho. A esas alturas el sudor bañaba mi frente, corriendo ligero por mis mejillas, y con el último aliento que me quedaba logre incorporarme y despertar entre unas sábanas arrugadas y húmedas.
Aquella pesadilla me despertó preocupado. Normalmente no solía recordar los sueños, me dejaban tranquilo en el sopor de la noche y nunca sabía si mis andanzas en eso del subconsciente eran para bien o para mal, simplemente me dejaban en paz.
Algunos amigos me cuentan que disfrutan mientras duermen. Visitan lugares de ensueño y cumplen sus deseos más carnales. Hasta sueñan con números de lotería y corren a la administración más cercana para encargar con prisa ese boleto, seguros de que el sueño es un oráculo que llega, por fin, para poder cumplir el resto. Me sorprenden en su humana idiotez y disfruto cuando, una vez más, su número no ha ganado. Pero ahora yo también estoy dispuesto a invertir unas monedas si con ello logró olvidar esta pesadilla.
Pero no puedo. Tengo miedo de volver al sueño y morir en ese callejón oscuro, a manos de no se sabe quién, de un desalmado. Me visto torpemente y salgo a
Salto escalones y atravieso puertas cuando una luz intensa golpea mis pupilas. No recuerdo si la dejé encendida, ni comprendo por qué hay tanta gente alrededor de mi cama. Aparto a alguien y me veo entre unas sábanas arrugadas y húmedas, con los ojos cerrados y por fin tranquilo. Los veo hablar pero no hacen ruido, y empiezo a dudar si algún día yo también pude soñar el número de lotería. Pero hace frío y todo es silencio.