martes, 23 de abril de 2013

Romance del haiku


Si quieres ser un poeta
y tener fama en Japón,
dedícate a escribir haikus
que allí molan un montón.

Los japoneses son raros
y no tienen solución.
Comen algas, comen tofu,
salsa de soja y arroz,
seitán y pescado crudo,
hacen yoga y taekwondo.
Y en vez del año mariano,
celebran el del dragón.

Por eso, en esto del haiku,
no busques explicación,
sólo hay que mirar las cosas
y añadirles emoción.
Con tres versos hay bastante,
ni rima ni entonación,
sólo hay que ajustar sílabas,
es la única prescripción.
Cinco lleva el primer verso
y siete a continuación,
y luego otro más con cinco
y el haiku se terminó.

Os pondré algunos ejemplos
para evitar el temor
de que si escribes un haiku
te miren como a un bufón:

Cuando sea primavera,
y estés en un camposanto,
dices que hay flores silvestres
entre las tumbas de mármol.

Si ves en un viejo estanque
que se zambulle una rana,
lo único que has de añadir
es el sonido del agua.

Una pareja en la playa,
con el fragor de la mar,
puede descansar tranquila,
las olas le arrullarán.

Si un mosquito de verano
te picó con su aguijón,
di que no puedes matarlo.
Le has hecho una transfusión.

Pero esta literatura
no sólo se da en Japón,
que también en Albacete
tenemos mucha afición.
Hay un grupo numeroso,
tienen una asociación,
y si juntan veinte haikus
sacan su publicación.
Conozco a Frutos y a Elías,
pesos pesados los dos
(pues para abrazar a uno
se tienen que juntar dos),
y transmiten alegría,
reposo y conciliación.
Pero si de los haijines
que hay en esta población,
tengo que elegir a uno,
me quedo con el mejor,
que para mí es un hermano,
Ángel Aguilar Bañón.



Este romance lo he recitado el día del libro, en la biblioteca de la universidad en Albacete. Parece un cierto homenaje al haiku, pero el título original es Romance de Ángel Aguilar, aunque lo cambié para no desvelar el final.

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