Si
quieres ser un poeta
y
tener fama en Japón,
dedícate
a escribir haikus
que
allí molan un montón.
Los
japoneses son raros
y
no tienen solución.
Comen
algas, comen tofu,
salsa
de soja y arroz,
seitán
y pescado crudo,
hacen yoga y taekwondo.
Y
en vez del año mariano,
celebran
el del dragón.
Por
eso, en esto del haiku,
no
busques explicación,
sólo
hay que mirar las cosas
y
añadirles emoción.
Con
tres versos hay bastante,
ni
rima ni entonación,
sólo
hay que ajustar sílabas,
es
la única prescripción.
Cinco
lleva el primer verso
y
siete a continuación,
y
luego otro más con cinco
y
el haiku se terminó.
Os
pondré algunos ejemplos
para
evitar el temor
de
que si escribes un haiku
te
miren como a un bufón:
Cuando
sea primavera,
y
estés en un camposanto,
dices
que hay flores silvestres
entre
las tumbas de mármol.
Si
ves en un viejo estanque
que
se zambulle una rana,
lo
único que has de añadir
es
el sonido del agua.
Una
pareja en la playa,
con
el fragor de la mar,
puede
descansar tranquila,
las
olas le arrullarán.
Si
un mosquito de verano
te
picó con su aguijón,
di
que no puedes matarlo.
Le
has hecho una transfusión.
Pero
esta literatura
no
sólo se da en Japón,
que
también en Albacete
tenemos
mucha afición.
Hay
un grupo numeroso,
tienen
una asociación,
y
si juntan veinte haikus
sacan
su publicación.
Conozco
a Frutos y a Elías,
pesos
pesados los dos
(pues
para abrazar a uno
se
tienen que juntar dos),
y
transmiten alegría,
reposo
y conciliación.
Pero
si de los haijines
que
hay en esta población,
tengo
que elegir a uno,
me
quedo con el mejor,
que
para mí es un hermano,
Ángel
Aguilar Bañón.
Este romance lo he recitado el día del libro, en la biblioteca de la universidad en Albacete. Parece un cierto homenaje al haiku, pero el título original es Romance de Ángel Aguilar, aunque lo cambié para no desvelar el final.
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